Mesmerismo: la corriente que promulgó el magnetismo animal
Descubre todo sobre Mesmer y cómo fue su revolución de la medicina.
Un movimiento esotérico que tuvo mucho auge en el siglo XVIII es el Mesmerismo, así llamado por Mesmer, el padre del mismo. Una corriente en la que mezcló términos como la hipnosis y la sugestión con el conocido como magnetismo animal.
¿Quién fue Mesmer, el padre del mesmerismo?
Fanz-Friedrich-Anton Mesmer nace en 1734 en Iznang, cerca del lago Constanza en Alemania. Mesmer pasa sus primeros años de vida en estrecho relación con el mundo de la naturaleza y experimenta la atracción del agua. Cuando crece, estudia derecho, filosofía y teología, y se matricula en Medicina en Viena; fue allí donde entra en contacto con un círculo especial de personas interesadas en las ciencias ocultas y lo paranormal. Fue en esta época cuando escribe una tesis llamada ‘La influencia de los planetas en el cuerpo humano’.
Según Mesmer "existe una influencia mutua entre los cuerpos celestes, la tierra y los cuerpos animados", que se transmite por medio del fluido magnético. Y es que en ese sentido, el nombre de Mesmer va unido al del magnetismo animal, pues en sus experimentos trabajaba con imanes. Inicialmente, utilizó imanes en sus ensayos, pero más adelante dijo que podría transmitir su propio magnetismo animal a los pacientes por el sencillo método de la imposición de manos.
En definitivas cuentas, Mesmer fue un hombre iluminado, que en su vida personal se casó con una viuda adinerada, y estuvo muy bien posicionado en la sociedad vienesa. Fue amigo de la familia Mozart, y se dice que a los doce años pidió a Amadeus que le interpretase una ópera. Aunque en Viena o París tuvo muchos pacientes, acabó por ser objeto de denuncias por curaciones fraudulentas, fruto de la sugestión, y cuando murió en 1813 su desprestigio era bastante notable.
¿Qué es el magnetismo animal?
Al hablar de magnetismo animal, lo primero que debemos es separarlo del magnetismo mineral, el que todos conocemos. El magnetismo (mineral) es un fenómeno físico, a través del cual se muestran fuerzas atractivas o repulsivas de un objeto a otro, o con cargas eléctricas en movimiento. Sin embargo, el mesmerismo atribuye a las propiedades del cuerpo humano de las cargas de atracción y repulsión, en forma de imanes, un medio etéreo lo que hace posible hacer que las energías que hay dentro del cuerpo fluyan en uno u otro sentido.
Este fluido energético estaría sujeto a leyes mecánicas previamente desconocidas, activaría el organismo por los nervios de la coronilla, y puede acumularse y transmitirse en humanos a través de la imposición de manos, o a tocando a la persona con una barra de hierro. Así, afirmaba Mesmer que se podría curar enfermedades, con este método que casi podría tildarse de paranormal.
A diferencia de la hipnosis, el magnetismo animal induce un enfoque místico de las cosas y los entornos, en una época en la que no existía la psicología ni la psiquiatría, ni se estudiaba el potencial del cerebro. Las investigaciones de Mesmer acabó por convertir la palabra magnetismo en una corriente que estudiaba muevas vías de exploración científica, y a ella se suscribieron personas con inquietudes exóticas, así como algunos charlatanes. De hecho, cuando se desarrolló la hipnosis, muchas prácticas de magnetización fueron absorbidas.
La controversia sobre el magnetismo animal
Como decíamos, Mermer murió desacreditado. Pese a que el propio médico alemán, padre del mesmerismo afirmaba curar todo tipo de males al “magnetizar” a sus pacientes, y su fama cruzaba fronteras, se encontró con grandes detractores que hirieron su corriente. En agosto de 1784 su doctrina fue condenada por dos comisiones oficiales compuestas por médicos y científicos.
Sus procesos curativos son considerados ineficaces, y se dijo que las curaciones solo serían el producto de la sugestión, de la imaginación de los enfermos. Además, añadieron que no el magnetismo animal, que era el centro de estas curaciones, simplemente no tendría una existencia real. También hay que destacar que la comisión también señalaba que “siempre son hombres los que magnetizan a las mujeres”, algo que tiene una simple explicación.
Los expertos en magnetismo animal eran médicos, profesión entonces masculina. Y a eso le sumamos que muchas veces las pacientes realmente no estaban enfermas, sino que iban a las consultas atraídas por lo novedoso del tratamiento, casi como si fuese una actividad de ocio o tiempo libre.
La manipulación del fluido magnético según Mesmer
No obstante, la capacidad del magnetizador para manipular el fluido magnético contenido en el cuerpo del paciente sería la base de la curación, fuese o no por sugestión. El mesmerismo considera la enfermedad como un obstáculo para la libre circulación del fluido magnético a través de las diferentes partes del cuerpo, y sus tratamientos consistían en reforzar esta circulación por ejemplo a través de un masaje.
Mesmer también confió en otros agentes terapéuticos, como el aspecto, la penumbra de la sala, la música "celestial" y algunos utensilios entre los que destaca su famosa bañera, alrededor de la cual los pacientes estaban conectados por varillas de hierro. Esto le permitía tratar a la vez a varios pacientes, y así lograba responder de manera múltiple la afluencia de personas que deseaban mejorar su bienestar, atraídos por la fama que se estaba ganando.
Dos puntos de vista diferentes sobre el mesmerismo
Desde entonces el papel de Mesmer se analiza desde dos puntos de vista diferentes. Hay autores como el historiador de la ciencia estadounidense Charles Gillispie que le acusa de separar ciencias falsas y verdaderas, y apunta que Mesmer sería solo un impostor, alguien que con sus teorías sobre qué es el magnetismo animal, el medio etéreo y demás conceptos abusó de la credulidad de los enfermos y del público, al que engañaba a través de la sugestión.
Sin embargo, hay otros autores que lo consideran de precursor de Freud y de todos los psicoterapeutas del siglo XX, ya que no buscaba una explicación religiosa sino médica en fenómenos como las convulsiones, y exploró lo que desde finales del siglo XIX se llamaría el inconsciente.
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